«Es preciso repensar el sentido de la vida desde su origen hasta la ancianidad»
Antonio Olivié
El presidente de la Pontificia Academia para la Vida, Vincenzo Paglia, advierte del peligro de ver como única opción la vía militar ante la invasión de Ucrania. A su juicio, el impulso de Juan Pablo II a Solidarnosc, que provocó la caída del comunismo de forma pacífica, es un modelo que debe ser «acogido y respaldado». Paglia también clama por la atención a los ancianos de Ucrania, que se encuentran «doblemente castigados por este conflicto».
–Le toca presidir la Academia para la Vida en un periodo de muerte en Europa. ¿Cómo podemos afrontar este desafío?
–En primer lugar, debemos comprender la inestabilidad del momento. Es preciso repensar el sentido de la vida en todos sus aspectos. La propia Academia ha ampliado su horizonte, no solo pensando en la defensa de la vida desde su concepción, sino también en la de los menores y los ancianos.
–El Papa ha comenzado una catequesis sobre los ancianos. En las imágenes de refugiados en Ucrania se ven mujeres y niños, pero apenas ancianos, que permanecen atrapados en sus casas. ¿Los estamos olvidando?
–Por esto creo que Europa no debe llevar solo armas. Debe facilitar ayuda sanitaria, psicológica, médicos, alimentación… Sobre todo porque me parece urgentísimo cuidar a quienes están ya entre los marginados. Los ancianos lo han pasado mal durante la pandemia y la guerra es una agresión que los golpea doblemente.
–¿Qué consecuencias puede tener esta situación?
–Mientras estábamos saliendo de la pandemia, de repente ha llegado esta invasión. Es el nuevo virus de la violencia que está destruyendo una parte de Europa. Pero también contaminando la vida de todos. No es agradable ver como resurgen los sentimientos de guerra como algo positivo, como un elemento que conduce a la paz. Esto, a mi juicio, supone una herida profunda. Une herida profunda a la ilusión por la paz que se había consolidado en Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Fue una época en la que se creó la ONU, la Unidad Europea o la Carta de los Derechos Humanos. Esta coyuntura tan inestable requiere una especie de indignación profunda de frente a lo que sucede. Por tanto, la necesidad de una imposición, por decirlo así, a Putin de un alto el fuego. Junto a ello, es preciso rebajar un clima de violencia que amenaza con envenenar los sentimientos del pueblo. Y cuando la violencia crece encontrará modos de imponerse en muchos aspectos de la vida cotidiana.
–¿La soledad de los ancianos es el gran drama de este siglo XXI?
–¿Es creíble un planteamiento pacifista frente a la invasión de Ucrania?
–Recuerdo bien al Papa Wojtyla. Lo recuerdo especialmente en momentos trágicos, en la caída del muro de Berlín. Juan Pablo II impulsó Solidaridad en Polonia, un movimiento pacífico que logró derribar un poder y un sistema comunista. Es un ejemplo de la fuerza de la no-violencia, que debe ser acogida y respaldada. Por eso creo que en este momento, en que se piensa en el armamento como solución, puede hacer desaparecer todo ese anhelo de paz que había en Europa desde después de la Segunda Guerra Mundial.
–¿La soledad de los ancianos es el gran drama de este siglo XXI?
–Creo que este comienzo de siglo presenta dos grandes problemas: las migraciones, tal y como estamos viendo estos días, y la soledad de los ancianos, que es una realidad creciente. Por ello es preciso dar un giro radical en el terreno cultural, político o espiritual para afrontar estos dos problemas, que con la guerra se hacen aún más graves.
–A usted le ha pedido el Gobierno italiano que colabore con propuestas de Sanidad para los ancianos. ¿Cuál sería el primer paso que se debe dar?
–Dos cosas. La primera que podamos derrotar el mayor enemigo de la vejez, que es la idea que tenemos de ella. Todos pensamos que la vejez es un periodo final, de decadencia. Debemos cambiar este paradigma. La realidad es que la vejez puede ser una oportunidad, también de crecer. A partir de ahí, lo que debemos hacer es cuidar a los ancianos en el propio domicilio. En una encuesta en Italia aparece una estadística increíble: la mayoría absoluta de los ancianos, sobre todo con discapacidad, viven solos. La cercanía hacia ellos es una prioridad absoluta.
–Usted ha dicho que esta es la primera vez en la historia en que muchas familias viven con los bisabuelos. ¿Qué supone este hecho?
–Vivir veinte o treinta años más no es solo un cambio cuantitativo de años, cambia la calidad de vida. Imagine que la sociedad dejase a las personas de 0 a 30 años sin ningún plan, sin indicaciones… sería una locura. Esto sucede a quienes tienen entre 70 y 100 años. No tenemos nada pensado para ellos. Ni desde el punto de vista económico, ni político, ni cultural, pero tampoco espiritual. Le he dicho al Santo Padre que en la Iglesia hemos organizado un Sínodo de la Juventud… ¿Y de los ancianos, que somos mayoría? Hay una idea de descarte, incluso espiritual.
–Y al final son ellos quienes llenan las iglesias…
–Somos la mayoría en la sociedad y la mayoría en la Iglesia, pero no hay una espiritualidad para los ancianos. Afortunadamente, el Papa Francisco ha comprendido la importancia de la cuestión y ha decidido hacer un ciclo de catequesis dedicado al envejecimiento, tomando como punto de partida la Tradición y la Escritura. Con sus catequesis está escribiendo un ensayo sobre la espiritualidad de los ancianos o un arte de envejecer. Es algo que ya se ha hecho en la historia, pero ninguno ha realizado una reflexión orgánica en donde plantea también la riqueza y las oportunidades de mejora y crecimiento en la ancianidad.
–¿De qué tienen miedo los ancianos?
–Sobre todo de la soledad, del abandono y, como todos, de la muerte. Por ello me parece indispensable entender el sentido de la ancianidad, derrotando el pensamiento único de que la vida plenamente humana es la de los jóvenes. Si esto fuera real no habría tantos jóvenes que se suicidan hoy día. Por ello es fundamental entender el sentido de la vida, entender la importancia de la relación entre las generaciones.
–¿Cómo puede funcionar esta alianza entre generaciones?
–La relación entre jóvenes y ancianos es una realidad que funciona. Son dos fases extremas de la edad que se benefician con el encuentro y ofrecen una ayuda, incluso a los adultos. Nos enseñan a entender la vida como don y relación. En estas dos fases de edad se encuentran las personas más frágiles, que dependen más de los otros. Se puede derrotar así el narcisismo, el pensar que uno puede hacerlo todo solo. Descubrir la necesidad de la interdependencia es bueno para todos.
–Usted asegura que las ciudades de hoy son hostiles para los ancianos. ¿Por qué motivo?
–No solo para ellos, también para los niños. Tenemos la percepción de una sociedad cruel, hecha para los individuos y los más fuertes. A esto se añade la velocidad. Basta pensar en la velocidad del comercio, de la venta, el consumismo, los cambios informáticos. Y las ciudades, empezando por la rapidez con que se encienden y apagan los semáforos, no dejan tiempo para ancianos y niños.
–¿Qué puede hacer ante ello la Academia para la Vida?
–Sobre todo animar a que se valore el papel de los ancianos y darles responsabilidad. Hay un número enorme de ancianos que nos dan una lección de fragilidad, una lección de debilidad que debemos comprender. Porque si no, llega el Covid y nos lo enseña de forma amarga, mientras que los ancianos nos lo enseñan de forma más dulce. Todos somos débiles, luego nos debemos ayudar.